Introducción – Por qué redescubrir las mitocondrias
Si menciono la palabra «mitocondria», probablemente recuerdes la típica definición con la que nos machacaron desde los años sesenta: «la central energética de nuestras células». Es cierta, pero con los avances científicos de los últimos cinco años, se queda corta, muy corta. Estas diminutas estructuras están revolucionando todo lo que creíamos saber sobre nuestra salud, nuestra mente e incluso nuestras emociones.
En mayo de 2025 (artículo), el neuroinmunólogo Martín Picard, doctor en biología mitocondrial en la Universidad de Columbia, dijo sobre ellas algo revelador: «en realidad, son la placa base que conecta energía, información y salud». Este salto conceptual es comparable a dejar de pensar en simples baterías y empezar a entenderlas como sofisticados microprocesadores.
En este artículo te explicaré por qué las mitocondrias han pasado de ser simples «pilas celulares» a considerarse auténticas comunidades sociales que dialogan y cooperan continuamente entre sí y con tu cuerpo. Descubrirás cómo coordinan tu respuesta al estrés, afectan cómo envejeces e influyen en cómo piensas y sientes. Verás cómo estas estructuras actúan como «placas base» que procesan información sobre tu entorno, participan en procesos cuánticos aún por entender, y regulan las respuestas multisistémicas que determinan tu resiliencia y tu riesgo de enfermedad. También te mostraré cómo las mitocondrias conectan e integran sistemas tan diversos como el neuroendocrino, inmunitario, metabólico, cardiovascular, cognitivo y emocional.
Pero sobre todo, descubrirás cómo aprovechar todo este conocimiento para cuidar tu salud desde lo más profundo de tus células.
Empecemos por el principio.
Orígenes y evolución – Una historia de cooperación y supervivencia
Hace unos 2.000 millones de años ocurrió algo que transformó para siempre la vida en la Tierra. En un mundo habitado solo por organismos muy simples, una célula primitiva engulló a una pequeña bacteria capaz de usar oxígeno para producir energía. Pero en lugar de digerirla, hizo algo aún más inteligente: la conservó en su interior. Así nació una alianza decisiva: la célula más grande obtenía energía extra, y la bacteria recibía protección y nutrientes. Este sencillo acto de cooperación encendió la chispa que permitió la evolución de la vida compleja (estudio).
En 1967 (estudio), la bióloga evolutiva Lynn Margulis llamó a esta curiosa colaboración «endosimbiosis» («endo» significa dentro, y «simbiosis», colaboración entre especies). Con el paso del tiempo, aquella bacteria interna evolucionó hasta convertirse en lo que hoy conocemos como mitocondria.
Estas mitocondrias todavía conservan rastros claros de su pasado como organismos independientes. Por ejemplo, poseen su propio ADN, diferente al que tienen nuestras células. Sí, has leído bien: llevamos dentro células con ADN propio, que además heredamos únicamente de nuestra madre. Este ADN mitocondrial incluso permite rastrear a nuestros ancestros miles de años atrás. Es como llevar dentro una prueba genética constante de nuestra evolución.
Esta antigua unión revela algo esencial sobre nuestra biología: la cooperación es clave para la supervivencia. Somos el resultado de una colaboración ancestral, y las mitocondrias deberían recordarnos que, al menos en términos biológicos, nunca estamos realmente solos.
Entender que somos un auténtico consorcio celular con raíces bacterianas ayuda a explicar dos cosas importantes:
- Cuando falla la comunicación mitocondrial, aparecen problemas como fatiga crónica, diabetes, demencias o depresión.
- Hábitos que fortalecen la «sociabilidad mitocondrial», como el ejercicio, la exposición al calor (termoterapia), la luz solar, el descanso y la conexión social, reactivan esa alianza ancestral y nos mantienen saludables.
Recordatorio exprés – ATP y metabolismo oxidativo: la energía que nos mantiene vivos
Para entender por qué las mitocondrias importan tanto en nuestra salud y bienestar, conviene recordar lo básico: cómo estas pequeñas «baterías pensantes» transforman el oxígeno en energía, y cómo este proceso sienta las bases de su sorprendente vida social.
Cada vez que respiramos introducimos combustible en nuestras células. Dentro de ellas, las mitocondrias funcionan como fábricas diminutas que toman el oxígeno del aire y los nutrientes de nuestra comida (grasas, glucosa, proteínas) y los convierten en energía. Esta energía se almacena en una molécula llamada ATP, que es distribuida a todas las células del cuerpo. Este proceso, llamado metabolismo oxidativo, utiliza oxígeno para producir energía, y por eso necesitamos respirar continuamente.
Al ATP se le suele llamar «moneda energética», porque nuestras células «pagan» con ATP las tareas esenciales que nos mantienen vivos. Esto incluye mover nuestros músculos, hacer latir el corazón, mantener activo el cerebro (que consume un sorprendente 20% de nuestra energía total), fabricar proteínas, reparar daños, enviar señales nerviosas o sintetizar ADN, entre muchas otras actividades (estudio). Por eso, el ATP es realmente «la molécula de la vida», fabricada principalmente por nuestras mitocondrias.
Para visualizar mejor este proceso, piensa en una hoguera. El oxígeno que respiramos sería el aire que aviva el fuego, y los nutrientes serían la madera. Las mitocondrias gestionan con precisión ese fuego para que no se descontrole, produciendo exactamente la energía que necesitamos. Si quemáramos glucosa directamente, obtendríamos una explosión instantánea. Las mitocondrias lo hacen gradualmente, en pequeños pasos, como velas que se encienden una tras otra. Esto nos permite aprovechar la energía sin «quemarnos», aunque inevitablemente se produzca algo de «humo» (radicales libres o ROS), que funciona como una señal de alerta dentro de nuestras células (estudio).
Pero aquí llega lo verdaderamente fascinante: ahora sabemos que las mitocondrias hacen mucho más que producir ATP. Al hacerlo, también envían señales químicas y eléctricas que influyen en todas nuestras células y, por extensión, en nuestra salud global. Las mitocondrias no solo son «fábricas de energía», sino que forman auténticas comunidades celulares que dialogan entre sí. La cantidad y calidad de tus mitocondrias afectan directamente cómo envejeces, cómo respondes al estrés, cómo piensas y sientes, y hasta cómo gestionas tus emociones.
En las siguientes secciones profundizaremos en estos fascinantes descubrimientos.
Mitocondrias 3.0 – Orgánulos sociales y comunicativos
En cada célula conviven cientos o incluso miles de mitocondrias, pero no funcionan como baterías aisladas. Más bien, se parecen a un vecindario hiperconectado. Martín Picard y su equipo las denominan «orgánulos sociales» porque se agrupan, se tocan, se ayudan, y cuando es necesario, deciden en grupo si la célula debe vivir, dividirse o sacrificarse por el bien común. Este es un verdadero cambio de paradigma: las mitocondrias dejan de ser simples «centrales energéticas» para convertirse en auténticos procesadores interconectados que regulan nuestra salud.
Fusión-fisión: un baile continuo
Las mitocondrias están en constante movimiento. Pueden fusionarse para reparar daños, compartir recursos o fortalecerse mutuamente, pero también fragmentarse para aislar partes dañadas y evitar contaminar al resto. Todo este proceso dinámico ocurre en cuestión de segundos.
Nanotúneles: nuestros cables de fibra óptica internos
En 2023, la microscopía 3-D permitió filmar nanotúneles mitocondriales en células humanas por primera vez. Estos nanotúneles, diminutos conductos de apenas 100 nanómetros de grosor, funcionan como una red interna de fibra óptica que conecta mitocondrias distantes entre sí. Por estos conductos se transportan rápidamente sustancias esenciales, como calcio, fragmentos de ADN o señales químicas de socorro cuando algo no va bien (estudio).
Cada mitocondria genera un pequeño voltaje eléctrico (entre 150-200 milivoltios, comparable al de una pila AA en miniatura). Pero lo fascinante ocurre cuando varias mitocondrias se juntan: sus membranas internas (crestas) se alinean como engranajes perfectamente encajados (estudio), sincronizando sus campos eléctricos individuales. Esta alineación genera pequeños campos electromagnéticos, funcionando como un «wifi» biológico que sincroniza toda la red mitocondrial.
Campos eléctricos que sincronizan la orquesta
Martín Picard plantea la hipótesis de una «coherencia energética» mitocondrial, semejante a una orquesta perfectamente dirigida. Cuando todas las mitocondrias actúan sincronizadas, la energía fluye libremente y la célula trabaja al máximo rendimiento. Pero cuando esta sincronización se rompe, aparecen problemas: la célula se agota rápidamente (fatiga), se inflama e incluso puede morir.
Este concepto de coherencia energética abre una puerta fascinante: las mitocondrias podrían estar involucradas en fenómenos bioeléctricos y biofísicos mucho más complejos e importantes de lo que imaginábamos hasta ahora.
Especialización por “barrios” celulares
Cada tejido del cuerpo posee tipos específicos de mitocondrias adaptadas a sus necesidades particulares. Estudios recientes (2025) revelan que las áreas cerebrales implicadas en tareas cognitivas complejas tienen redes mitocondriales más densas y potentes, mientras que las zonas emocionales trabajan con presupuestos energéticos más modestos. En una misma neurona, por ejemplo, encontramos mitocondrias largas y estables en las dendritas (zonas receptoras), y otras pequeñas y móviles en los axones (zonas emisoras).
Cuando la comunicación se rompe
Este sistema tan eficaz falla si se bloquea la fusión entre mitocondrias o se interrumpen sus nanotúneles. Al quedar aisladas, pierden la capacidad de comunicarse y cooperar. En experimentos con ratones, basta interrumpir esta comunicación para provocar ansiedad y enfermedades neurodegenerativas. En humanos, mutaciones que dificultan la fusión mitocondrial se relacionan con enfermedades como diabetes, esclerosis lateral amiotrófica (ELA) o depresión (estudio).
En resumen, las mitocondrias no solo producen energía, ni son estructuras estáticas. Son un enjambre en constante reconfiguración que gestiona activamente la salud de nuestras células, coordina nuestra respuesta al entorno, e incluso influye en nuestra estabilidad emocional y mental. Entenderlas como «orgánulos sociales» nos abre la puerta a una nueva manera de cuidar nuestra salud desde dentro.
MIPS – El sistema operativo oculto de nuestras células
Imagina que dentro de cada célula hubiese una «placa base» similar a la de un ordenador, que recibe información del entorno, la procesa y decide qué hacer con ella: reparar daños, activar defensas o incluso modificar el comportamiento celular. Pues exactamente eso hacen las mitocondrias, según el modelo propuesto por Martín Picard, denominado MIPS (Mitochondrial Information Processing System, o sistema mitocondrial de procesamiento de información).
Este sistema convierte a las mitocondrias en verdaderos centros biológicos de procesamiento de información (estudio). Pero, ¿cómo funciona exactamente?
- Primero, escuchan: reciben señales del exterior, como nutrientes, hormonas, toxinas, estrés o inflamación.
- Luego, traducen esas señales externas en cambios bioeléctricos internos. Es como si giraran una rueda interna para ajustar su voltaje energético según la situación.
- Finalmente, responden enviando señales químicas hacia el núcleo celular, que activan o desactivan genes según lo que la célula necesite en ese momento.
Esta capacidad convierte a las mitocondrias en auténticos centros de toma de decisiones celulares. Ya no podemos verlas solo como ejecutoras pasivas de órdenes del ADN. Muchas veces son ellas las que deciden qué genes deben expresarse y cuáles no (epigenética). Por eso algunos investigadores las llaman directamente el «CEO» de la célula, el órgano ejecutivo que gobierna gran parte del destino celular. Las mitocondrias no solo proporcionan energía, sino que determinan cómo se usa esa energía y definen la estrategia adaptativa del organismo entero (estudio).
Disfunción mitocondrial y enfermedad – Cuando la red energética falla
Cuando tus mitocondrias funcionan correctamente, lo notas: tienes energía, claridad mental, buen ánimo y capacidad de recuperación ante esfuerzos y estrés. Pero cuando empiezan a fallar, los efectos se sienten en todos los niveles. De hecho, cada vez hay más evidencia científica de que la disfunción mitocondrial está presente en prácticamente todas las enfermedades crónicas conocidas.
Esto no significa que las mitocondrias sean siempre «la causa», pero sí forman parte esencial del problema. Como señala Martín Picard, aún desconocemos en muchos casos si los fallos mitocondriales son el origen o la consecuencia de la enfermedad. Pero algo está claro: si tus mitocondrias no están bien, tu salud tampoco lo estará.
Veamos algunos ejemplos:
- Envejecimiento: La disfunción mitocondrial es una de las llamadas hallmarks of aging (claves del envejecimiento), propuesta por Carlos López-Otín y otros investigadores (estudio). A medida que acumulas daños mitocondriales, tus células pierden eficiencia energética, se fragmentan, dejan de comunicarse, se inflaman con más facilidad y pierden la capacidad de repararse o renovarse. Todo esto acelera tu envejecimiento biológico.
- Diabetes y enfermedades metabólicas: Cuando existe un exceso crónico de azúcares y grasas en tu dieta, tus mitocondrias sufren una sobrecarga. Esto desencadena un fenómeno llamado glucolipotoxicidad, que fragmenta y deteriora las mitocondrias, generando disfunción y envejecimiento prematuro. Evitar esta fragmentación puede mejorar notablemente la salud celular y aumentar la sensibilidad a la insulina (estudio)
- Cáncer: Algunas células tumorales incluso llegan a secuestrar mitocondrias de células sanas para acelerar su propio crecimiento (estudio).
- Enfermedades neurodegenerativas: El cerebro consume un sorprendente 20% de tu energía total, aunque solo representa un 2% del peso corporal. Por eso es especialmente vulnerable cuando las mitocondrias fallan. Enfermedades como Alzheimer, Parkinson o esclerosis lateral amiotrófica (ELA) están estrechamente relacionadas con alteraciones mitocondriales (estudio).
- Salud mental: Aunque sorprenda, la disfunción mitocondrial también se relaciona con trastornos como depresión, ansiedad o trastorno bipolar. Las mitocondrias en personas con estos problemas producen menos energía y liberan más señales inflamatorias (estudio).
Podemos imaginar a las mitocondrias como una red energética y de información que sostiene el equilibrio de todo nuestro cuerpo. Cuando este sistema se rompe, debido a mala alimentación, estrés excesivo, sedentarismo, exposición insuficiente a la luz solar o un sueño inadecuado, lo que antes era una maquinaria armoniosa comienza a desajustarse. En esas condiciones, la enfermedad encuentra terreno fértil para aparecer.
Psicobiología mitocondrial – Cuando las emociones llegan al núcleo celular
La idea de que nuestras emociones afectan a nuestras mitocondrias —y viceversa— no es una metáfora. Es el núcleo de lo que Martín Picard denomina psicobiología mitocondrial (artículo). Existe un diálogo constante: lo que sentimos afecta directamente a nuestras células, y el estado de nuestras mitocondrias influye en cómo pensamos, sentimos y actuamos.
Señales de emergencia
Ante situaciones de estrés intenso, como una ruptura amorosa o un examen difícil, algunas mitocondrias liberan fragmentos de su ADN a la sangre (estudio). Estos fragmentos, conocidos como cf-mtDNA, funcionan como una bengala química, alertando al cuerpo, activando la inflamación y consumiendo energía. Cuanto más cf-mtDNA circulante, mayor es el riesgo de fatiga y síntomas depresivos (estudio).
Además, las mitocondrias producen otras «hormonas de estrés energético», como GDF15 o FGF21, que avisan al cuerpo de una sobrecarga energética: piden reducir el consumo de glucosa o movilizar grasas. Lo sorprendente es que bastan apenas cinco minutos de presión social intensa para duplicar estos marcadores en sangre (estudio).
Energía social y emocional
La calidad de nuestras relaciones también deja huella en nuestras mitocondrias. Un estudio reciente analizó cerebros humanos junto a datos sobre su vida social, y encontró que las personas con mayor apoyo emocional mostraban hasta un 25% más de actividad mitocondrial en áreas cerebrales vinculadas con la motivación. En cambio, la soledad generaba un «ruido energético» que favorece ansiedad y disfunción celular (estudio).
Afortunadamente, no todo son amenazas. Experiencias positivas como la risa, la música o un simple abrazo aumentan el voltaje mitocondrial, como pisar el acelerador de un coche eléctrico. En animales, ambientes enriquecidos con estimulación positiva generan redes mitocondriales más fusionadas, mayor producción de ATP y mejor memoria.
Tu energía vital y salud emocional son inseparables. Cuidar tus mitocondrias con ejercicio físico, descanso suficiente, buena alimentación y relaciones humanas positivas puede reducir esta «inflación de estrés», manteniendo tu mente clara y tu ánimo resiliente.
Biología cuántica y coherencia energética – La chispa subatómica de nuestras “baterías”
A lo largo de este artículo hemos visto cómo la ciencia más reciente confirma algo que ya intuíamos: el cuerpo y la mente son una sola cosa, unidos por una red mitocondrial que conecta bioenergía e información. Podemos distinguirlos, pero nunca separarlos. Pero esta historia no termina aquí.
Las mitocondrias no solo operan a nivel químico; también funcionan en la escala subatómica, (cuántica). Aunque pueda sonar extraño, existe ya evidencia científica sólida que respalda estos procesos. Para simplificar esta idea compleja, imaginemos tres escenas:
1. Trenes bala que atraviesan túneles invisibles
Dentro de tus mitocondrias, los electrones no avanzan como pequeñas bolas rodando por un tubo. Se mueven mediante un proceso llamado túnel cuántico: literalmente saltan barreras sin atravesarlas, miles de millones de veces por segundo. Un estudio reciente captó este fenómeno directamente en la proteína citocromo c, encargada de transportar electrones para generar ATP dentro de la mitocondria. Este proceso permite que tus mitocondrias funcionen con una eficiencia casi perfecta, como motores que no se sobrecalientan ni desperdician combustible.
2. Una orquesta afinada por campos minúsculos
Las membranas mitocondriales generan microcampos eléctricos que organizan el flujo de electrones como los instrumentos de una orquesta perfectamente sincronizada. Campos magnéticos muy débiles —incluso menores que los de un secador de pelo— pueden sincronizar estos ritmos, ayudando a regular los relojes circadianos celulares (estudio). Este fenómeno facilita su comunicación con el núcleo supraquiasmático (NSQ), posiblemente mediante entrelazamiento cuántico, convirtiendo al sistema nervioso central en una especie de centro cuántico. Pero si esos campos se vuelven caóticos por insomnio, contaminación electromagnética o estrés crónico, la orquesta pierde ritmo, y la producción de energía se vuelve ineficiente.
3. Sensores cuánticos que miden el estrés celular
Recientemente, utilizando nanodiamantes fluorescentes del tamaño de un virus, investigadores observaron en tiempo real cómo varía la producción de radicales libres en la superficie de mitocondrias cardíacas al pasar de hipoxia (falta de oxígeno) a reoxigenación (estudio). Un exceso de radicales libres coincide con una red mitocondrial fragmentada y menor producción de ATP, algo parecido a una orquesta cuya música se distorsiona por ruido externo.
¿Por qué importa todo esto?
Porque cuanto mayor es esta coherencia energética interna —es decir, cuanto más sincronizados están los electrones y mejor alineadas las membranas mitocondriales—, más energía útil producen nuestras células. Como resultado, generan menos «humo oxidativo» (radicales libres) y menos residuos tóxicos, mejorando nuestra salud global y reduciendo la inflamación.
Conclusiones – Una sinfonía bioenergética que está en nuestras manos
Ahora que conocemos mejor lo que sucede en el interior de nuestras células, es imposible no sentir asombro ante nuestra biología. Miles de millones de mitocondrias trabajan silenciosamente dentro de nosotros, organizadas en redes vivas, afinadas como una orquesta, tomando decisiones que afectan a cada célula, órgano y tejido. Pero también determinan cómo pensamos, cómo sentimos, y cómo envejecemos.
A lo largo de este artículo, hemos viajado desde una antigua alianza bacteriana —sellada hace más de 1.500 millones de años— hasta descubrir que las mitocondrias son mucho más que simples generadores de energía (ATP). Funcionan como comunidades vecinales que cooperan, toman decisiones colectivas, envían señales de alerta, sincronizan ritmos internos, y determinan si una célula vive, se divide o muere. Son, literalmente, la placa base de nuestra biología.
Este nuevo enfoque no solo transforma la ciencia, también nuestra forma de vernos a nosotros mismos. Si las emociones afectan directamente a las mitocondrias, y ellas determinan cómo pensamos y sentimos, cuidar nuestra energía celular es también cuidar nuestra salud mental, emocional y física.
Como veremos en la segunda parte del artículo, lo mejor es que para este autocuidado no necesitamos medicamentos caros ni tecnología compleja: basta con proporcionar a nuestras mitocondrias los estímulos naturales con los que han evolucionado.
Quédate al menos con estas dos ideas esenciales:
- Energía es comunicación:
Cuando las mitocondrias se fusionan, extienden nanotúneles y sincronizan su voltaje, la célula funciona como una ciudad con tráfico fluido. Pero si la comunicación se rompe, aparece inflamación, cansancio, envejecimiento acelerado y enfermedad. - La mente y el metabolismo van juntos:
El estrés crónico, la soledad o la falta de sueño debilitan la batería celular. Por el contrario, la risa, el ejercicio breve e intenso, bailar con música o un simple abrazo recargan esa energía vital.
Estamos formados por células, y estas células funcionan, viven y obtienen su energía gracias a las mitocondrias.
Para cerrar, reflexionemos con estas palabras del propio Martín Picard:
«La razón por la que tenemos corazón y pulmones es el suministro de oxígeno. ¿Y quién necesita oxígeno? Las mitocondrias. Podríamos argumentar que, a lo largo de millones de años, las mitocondrias construyeron una infraestructura —el cuerpo humano— únicamente para alimentarse».