El contenido de este artículo —junto con el de todos mis artículos y mis cuatro libros— forma parte de la base de datos y del conocimiento de mi Asistente de Salud y Nutrición gestionado por IA.
En octubre de 2025 se ha publicado en la revista Cell Reports Medicine un estudio muy interesante que, por el valor que aporta a la comprensión de la salud y la longevidad, merece la pena que comparta con vosotros.
El estudio ha sido realizado por un equipo de científicos especializados en envejecimiento, genética, metabolismo y microbiota, de varios centros de investigación y hospitales españoles. Su objetivo era intentar descubrir qué tiene de especial, a nivel biológico y de hábitos, la persona que fue la más longeva del planeta entre enero de 2023 y agosto de 2024: una mujer española que murió mientras dormía a los 117 años y 168 días, sin cáncer, sin enfermedades neurodegenerativas y con buena autonomía hasta casi el final de su vida.
Para ello, los científicos hicieron el análisis más completo realizado hasta ahora en un ser humano: estudiaron a la vez sus genes, su sangre, sus defensas, su microbiota intestinal, sus moléculas de inflamación, su metabolismo y sus «marcadores de envejecimiento» en el ADN.
En el fondo, lo que querían responder era algo muy sencillo:
¿Qué diferencia a alguien que llega tan lejos, con relativamente buena salud y funcionalidad, de las personas que desarrollan enfermedades graves y/o mueren antes de lo que les tocaría por edad?
Pasemos a verlo.
Conservación de la metilación global del ADN. Epigenoma «joven».
En el ADN humano hay grandes regiones formadas por elementos repetitivos. Son restos de antiguos virus y fragmentos que:
- Si se activan, generan inestabilidad genómica, una de las claves del envejecimiento.
- Aumentan el «ruido» celular: actividad biológica innecesaria, desordenada o fuera de control dentro de las células, que no aporta una función útil y que, con el tiempo, acelera el envejecimiento y el desgaste del organismo.
- Se asocian a envejecimiento, cáncer e inflamación.
La evolución ha intentado solventar este problema a través de un proceso llamado «metilación», que consiste en «silenciar» esas partes del ADN mediante unas «etiquetas químicas» (grupos metilo que dona la molécula SAMe) que se colocan sobre el ADN (de ahí viene la palabra de origen griego «epi-genética»: sobre los genes). Esto no cambia el ADN (nuestra genética con la que nacemos), pero decide qué partes de él se activan y cuáles se mantienen silenciadas. Es decir, regula cómo se expresan nuestros genes en relación con el ambiente en el que vivimos, para poder adaptarse a él de la mejor manera, según las necesidades.
¿Cuál es el problema? Que con la edad vamos perdiendo esta capacidad de metilar, nos vamos quedando sin esas «etiquetas» necesarias para realizar el proceso y estas zonas del ADN, que deben estar silenciadas (metiladas), empiezan a «despertar», contribuyendo al deterioro global del organismo y al aumento del riesgo de enfermedad. Este fenómeno se conoce como «hipometilación global del ADN» asociada al envejecimiento.
En el caso que nos ocupa, cuando los científicos analizaron el epigenoma de esta mujer, no encontraron esta hipometilación global. Su ADN mantenía «calladas» las partes más problemáticas, incluso mejor que el de muchas personas jóvenes. Sus relojes epigenéticos marcaban una edad biológica claramente más joven que su edad real. En otras palabras, su ADN envejecía más despacio allí donde realmente importa.
La primera parte (la teoría) de mi libro Epigenética Nutricional la dedico a explicar este proceso y su gran impacto en la salud. En la segunda parte (la práctica), me enfoco en lo que podemos hacer para conservar esta capacidad de metilación, como le ocurría a esta mujer.
Alimentación Evolutiva / Dieta mediterránea
La principal característica de su patrón alimenticio era que, al menos en el menú detallado que publican los investigadores, no aparecen productos ultraprocesados. No era una dieta paleo estricta, sino más bien de tipo evolutivo/mediterráneo, ya que también incluía alimentos posteriores al Paleolítico.
Pasemos a verlos, ordenados de más a menos presentes en su día a día:
- Verduras y hortalizas con aceite de oliva (todos los días, varias veces): brócoli, judías verdes, zanahoria, calabacín, cebolla, tomate, pimientos del piquillo, alcachofa, col, setas, calabaza, menestras, cremas de verdura…
- Lácteos (todos los días, varias veces al día): especialmente fermentados (3 yogures al día) y algo de queso en algunos platos.
- Huevos (todos los días): huevo duro o tortilla dentro de guisos con verduras y legumbre, además de proteína de huevo añadida a sus batidos y a muchos platos.
- Cereales integrales y tubérculos (todos los días, sin abusar): todos los días había algo tipo arroz o pasta integral, mezclados con verdura y aceite de oliva, y patata/boniato como guarnición.
- Pescado (muchos días de la semana): solo o combinado con arroz o verduras.
- Legumbres (2-3 veces por semana): lentejas, garbanzos y alubias.
- Carne (esporádicamente): sobre todo pollo, en forma de guisos caseros y mezclada con verdura y legumbre.
Si quieres profundizar más sobre este tipo de alimentación, puedes consultar dos artículos de mi blog (aquí y aquí), y más detalladamente en mi libro «Alimentación Evolutiva».
Y si queréis ideas de recetas, mi libro «Recetas Evolutivas».
Microbiota variada y equilibrada
Cuando analizaron sus bacterias intestinales, lo que encontraron fue un auténtico «huerto interior» de lujo: más variedad de especies que la mayoría de personas de su edad, mucha cantidad de bacterias consideradas protectoras (como Bifidobacterium, que suelen perderse con la edad) y poca presencia de grupos (proteobacteria, verrucomicrobiota…) que se asocian a inflamación y fragilidad en personas mayores.
Este perfil tan bueno encaja muy bien con su forma de comer: una dieta evolutiva/mediterránea casera, con muchas verduras, legumbres, pescado, aceite de oliva y unos tres yogures al día. Los autores no pueden demostrar que la dieta lo explique todo, pero es bastante razonable pensar que años y años comiendo así han ayudado a mantener esa microbiota tan especial y, con ella, un riesgo menor de enfermedades típicas de la vejez.
Puedes encontrar más información sobre la microbiota y cómo cuidarla en mi artículo: «Microbiota. La Guardiana Invisible de tu Salud».
Baja inflamación
Otro de los hallazgos más llamativos del estudio es que, por dentro, esta mujer estaba muy poco inflamada.
Los investigadores midieron marcadores de inflamación en sangre que, en grandes estudios con miles de personas, se asocian con más riesgo de infarto, ictus y muerte. En alguien de más de 116 años, lo normal sería encontrarlos disparados. En su caso, sin embargo, estaban en niveles muy bajos, más parecidos a los de personas mucho más jóvenes.
Esto encaja muy bien con el resto de su fotografía biológica: una microbiota intestinal rica en bacterias «buenas», una dieta con alimentos naturales, con mucha fibra, aceite de oliva, lácteos fermentados y una vida físicamente activa hasta prácticamente el final.
Luz solar diaria y ausencia de sedentarismo
Cuando estudiaron a esta persona, ya era muy anciana, por lo que no podíamos considerar su actividad física diaria como la de una «atleta», pero tampoco era una anciana sedentaria. Mientras su cuerpo se lo permitió, salió a pasear, cuidó el jardín y llevó una vida activa y social.
No sabemos cuántos pasos daba al día ni cuántas horas exactas se movía, pero sí sabemos algo importante: llegó muy lejos sin llevar una vida de oficina/coche/sofá (ni sentada a todas horas ni «encerrada»), y eso encaja con todo lo que hoy sabemos sobre el papel del movimiento y la exposición a la luz solar en el envejecimiento saludable.
Para más información sobre el papel en la salud de la luz solar, puedes consultar mi artículo «Luz. Equilibrio lumínico para maximizar tu salud y bienestar».
Mitocondrias activas
Antes de entrar en lo que encontraron los científicos en esta mujer, conviene aclarar una cosa importante: las mitocondrias no son solo «baterías» que fabrican energía, como siempre se ha dicho.
En un artículo anterior del blog, «Mitocondrias 3.0 (Parte 1, la teoría): cómo gobiernan tu mente, emociones y envejecimiento», explico cómo la ciencia más reciente las describe como auténticas «placas base» celulares: estructuras de origen bacteriano y con su propio ADN, que conectan energía, señales de estrés, inflamación, envejecimiento e incluso salud mental. Es decir, cuando las mitocondrias funcionan bien, las células tienen energía, se comunican mejor y envejecen más despacio; cuando funcionan mal, aparece fatiga, inflamación y mayor riesgo de enfermedad.
Cuando los investigadores analizaron células de su sangre, encontraron algo sorprendente: para una edad tan extrema, sus mitocondrias mostraban señales de estar muy activas, incluso comparadas con mujeres mucho más jóvenes. Las mitocondrias que tenía parecían funcionar de forma inusualmente buena, algo que ha contribuido a su perfil de baja inflamación, buen metabolismo y ausencia de enfermedades típicas del envejecimiento.
Si quieres saber cómo mejorar el funcionamiento de tus mitocondrias para que no vayan perdiendo eficiencia con la edad y poder hacer que sean nuestras protectoras a medida que envejecemos, puedes consultar este otro artículo mío: «Mitocondrias 3.0 (Parte 2, la práctica): Cómo cuidar a las que nos cuidan».
Glicina baja y lactato alto: sus marcadores de envejecimiento extremo
Cuando los científicos analizaron las moléculas que circulaban en su sangre, encontraron algo curioso: casi todo su perfil metabólico era sorprendentemente bueno, pero había un par de señales que sí delataban que estaba en una edad extremísima: 1) niveles bajos de glicina y 2) niveles altos de lactato.
Los propios autores explican que estos marcadores son típicos de envejecimiento muy avanzado y se asocian, en grandes estudios poblacionales, con menor reserva metabólica y mayor riesgo de muerte. Es decir, estas moléculas indicaban que se encontraba biológicamente muy cerca del final de la vida.
Los que me seguís de hace tiempo ya sabéis lo pesado que soy sobre la importancia de mantener continuamente buenos niveles de glicina (podéis profundizar en este otro artículo del blog).
Por otra parte, en mi libro Epigenética nutricional, explico cómo el ejercicio ayuda a mantener el lactato bajo, su relación con el cáncer y su función epigenética, activando genes protectores (como el gen PGC-1α), mejorando procesos como la inflamación, la memoria y la producción de mitocondrias.
Perfil lipídico “óptimo”. Colesterol y triglicéridos.
Cuando los científicos analizaron sus grasas en sangre, vieron un patrón muy claro y bastante coherente con un envejecimiento saludable:
- HDL: alto.
- LDL: el estudio no especifica el nivel, pero sí destaca muchas LDL grandes.
- Triglicéridos: muy bajos.
- Predominio de partículas grandes tanto de HDL como de LDL. Muy pocas partículas pequeñas y densas, que son las más problemáticas.
Durante años se nos ha «machacado» diciendo que el problema era «tener mucho colesterol». Hoy sabemos que eso es una simplificación excesiva y que hay cosas que importan más que el número total de colesterol o de LDL.
El colesterol no es un «veneno»: realiza funciones indispensables para la vida y, entre otras cosas, es un sistema de transporte. Como tal, está claro que más «vehículos» de los que el sistema puede gestionar van a crear problemas, pero no importa solo el número; importa el tipo y el estado de los «vehículos», de las «carreteras», etc.
Por ejemplo, las partículas de colesterol grandes son más estables y fáciles de reciclar, mientras que las pequeñas y densas se oxidan con facilidad y se asocian a placas arteriales. En esta mujer predominaban las primeras. Además, como vimos, su inflamación era extraordinariamente baja. Y este punto es clave: en un cuerpo poco inflamado, el colesterol se limpia y se reutiliza; en un cuerpo inflamado, se oxida y se queda atrapado.
Ese conjunto —no el colesterol total per se— es lo que se alinea con la excelente salud cardiovascular de esta mujer pese a la edad extrema.
Todo esto lo explico en mi artículo: «El colesterol. Entenderlo de verdad, saber interpretar las analíticas y nuestro riesgo cardiovascular».
Para terminar, y para que no haya malentendidos, tengo que puntualizar que no podemos decir que sus hábitos lo expliquen todo —sus genes también ayudaron—. Es imposible llegar a esa edad sin haber nacido con una genética privilegiada. Pero sobre la genética, aunque influya, no tenemos control: son las «cartas» que nos han tocado para jugar la «partida de la vida».
En cambio, sí podemos influir (mucho) en la epigenética. Es decir, no elegimos las cartas, pero con lo que tenemos sí podemos jugar la mejor partida posible. Y ahí es donde entran los hábitos.
Si quieres entender bien esta diferencia entre genética y epigenética (y por qué la epigenética es el puente entre tus genes y tu estilo de vida), te lo explico con ejemplos en este artículo: «Epigenética vs. Genética: Más Allá de los Genes».
El contenido de este artículo, más el del resto de artículos citados y el de mis 4 libros, está incluido en la base de datos y el conocimiento del Asistente de Salud y Nutrición gestionado por IA que he creado para que le podáis hacer todas las preguntas que queráis al respecto y os conteste, como si fuera yo, basando sus respuestas solo en mi conocimiento escrito basado en ciencia y no en información genérica de internet.
Podéis obtener más información sobre el asistente: aquí.


























